Voy a romper mi habitual tendencia a la escasa actualización de este blog para hacer una breve reseña de algo que me ha soliviantado y dolido a la vez, usando como título una parodia de "Ada y el ardor" de Nabókov.
Estos días estuve en el LIBER de Madrid, la feria del libro para profesionales en la que es necesario pagar para ir, siendo (en mi caso) invitado como autor.
Como era la primera vez que visitaba esta feria, supuse (tonto de mí) que sería como las tecnológicas: amigable, dinámica, joven. Vamos, lo que se supone de una feria: un lugar anual de encuentro e intercambio de información sobre tendencias. Nada más lejos de la verdad.
Dicho llanamente: no vayáis.
El LIBER es una feria casposa, llena de gente de chaqueta y corbata estiradísima con un ABSOLUTO NINGUNEO a los autores (pero, ¿no es una feria profesional?, ¿un autor no es un profesional?, ¿no somos los proveedores de contenidos para las editoriales? Pues eso os va dando una idea del panorama).
Lo primero que me llamó la atención fue el aspecto desangelado de todo. Las conferencias a las que asistí (salvando aquellas que trataban de temas digitales, como explicaré en un momento) parecían ser impartidas por un conjunto de plañideras lamentándose de su mala suerte y de la caída genérica del sector mientras se daban palmaditas en la espalda con su olor a colonia cara mareando a los demás. Carpetovetónico.
Pero no solo eso... observé que había pocos stands de tamaño grande, que firmas de cierto renombre no aparecían por ningún lado y que apenas había afluencia de gente. Aquello parecía un velatorio.
Un dato significativo que os dará una idea de cómo el LIBER se muere: los stands ocupados por editoriales religiosas ocupaban casi una cuarta parte del recinto, cuando no son, precisamente, las que más facturen en el mundo editorial. "Mala cosa", pensé.
¡Ah! La sección dedicada a autores estaba en el rincón más apartado y me pareció contar que constaba de un máximo de 3 o 4 stands. Por supuesto, los más pequeños posibles.
¿Pero en las ferias no se captan talentos? ¿No se buscan autores que encajen en lo que hace la editorial? ¿Nuevas tendencias? ¿No son criaderos de futuro? No entiendo nada.
En fin, esto fue lo que me apenó, pero mi pena se fue disipando según daba lugar a mi enojo. Os voy a ilustrar, con una serie de anécdotas, las cosas que tuve que aguantar:
a) Editorial xxxxx:
- Hola, soy un autor y...
- Yo estoy para vender, no para atender autores.
(Me da la espalda y se pone a mirar a quién puede abordar. Literal. Como lo cuento).
b) Editorial yyyyy:
- Buenas, necesitaba hablar con ustedes para presentarles un...
- Disculpa, es que estoy hablando con mi compañero.
(Sigue hablando con él de cotilleos de la empresa. Tras 15 minutos esperando a una distancia prudencial sin que me presten la menor de las atenciones, opto por irme).
c) Distribuidora zzzzz:
Esta fue tela marinera.
- Deseaba hablar con ustedes.
Me mira de arriba a abajo y me espeta "Hoy imposible. Vuelve mañana".
Mi último libro publicado estaba en UN ESTANTE DE ESA DISTRIBUIDORA, a dos cuartas de la cara de la persona que me atendió y con una pegatina encima de "130.000 ejemplares vendidos" (la colección, que no mi libro. Pero la pegatina la pusieron justo encima de mi libro).
Ni me preguntó qué quería ni quién era. Por supuesto, ni me reservó hora para el día siguiente. Además, precisamente iba a hablar en nombre de la Asociación y las editoriales que están colaborando con nosotros, a fin de buscar un distribuidor común a todos esos clientes potenciales.
El LIBER se muere, y se lo merecen
Los editores tienen miedo pero continúan en su estatus soberbio y endiosado, tratando de aparentar lo que no son. No reaccionan. Me recordaron a la vieja nobleza hidalga cayéndose a pedazos ante la llegada de los burgueses más dinámicos, menos clasistas.
Curiosamente, donde mejor me sentí atendido fue en editoriales muy grandes, aunque no en todas. En concreto, en una estuvo hablando conmigo cierta persona que tenía el mismo apellido que el nombre de la editorial (y creedme que la editorial no era pequeña). Su atención fue exquisita y supo vislumbrar cierto negocio en lo que le propuse.
Insisto: no valoréis el LIBER. No vayáis al LIBER.
En lo que respecta al lado positivo, éste lo dieron aquellos que apuestan por lo tecnológico y digital. No solo las ponencias fueron ágiles, de calidad y versadas, sino que el espíritu de aquellos que las impartían se mostraba abierto, atento a las opiniones del público y jovial. Daban el único soplo de optimismo, futuro prometedor y creatividad que vi en todo el panorama.
El futuro es de ellos. No por su expansión, sino por su actitud humilde y receptiva.
No me quiero extender más. Después de haber visto ferias de juegos, tecnológicas, etc.... mi sensación (fuerte donde la haya) es que el LIBER es una fiesta de paletos de pueblo. Sí, paletos. Paletos de chaqueta y corbata, estiradísimos, negociando entre ellos la venta del ganado y cerrados en su mundo limitado, decadente y sordo. Paletos que se creen el centro del universo porque hablan entre ellos, negocian entre ellos y cerraron su esfera solo a ellos. Paletos que no ven un mundo que va más rápido, más permeable a cambios y nuevas ideas, más colaborativo. Una feria en el sentido más pueblerino y rancio que imaginéis. Un mercadillo, vamos.
¿Un ejemplo claro? En un pasillo había uno de esos individuos vendiéndole a otro libros ¡¡por kilos!!
Regateaban los decimales del precio por kilo de libro. Como lo leéis.
Y por cierto, la organización ¡no dio ni un bolígrafo de merchandising! ¡Nada!
Solo puedo terminar con un verso de Azorín duro, duro como el acero: "Castilla miserable/ ayer dominadora/ envuelta en sus harapos/ desprecia cuanto ignora".
Pues eso es el LIBER.